A veces no necesitas palabras para entender. Solo presencia… y alma.
Los animales no solo conviven con nosotros, nos enseñan constantemente. Su lenguaje va más allá de ladridos, maullidos o miradas; es un lenguaje vibracional, emocional, profundamente intuitivo. En el ritmo de sus movimientos, en la calma de su presencia, habita una sabiduría ancestral.
Cuando aprendemos a escuchar sin la mente y sin la urgencia de interpretar, comenzamos a recibir. No se trata de telepatía mágica, sino de una sensibilidad entrenada, dormida en la mayoría de los humanos modernos. Los animales perciben nuestras emociones, nuestras incoherencias y también nuestra apertura.
Un animal puede decir mucho sin emitir un sonido. Puede mostrarte lo que callas, acompañarte en el duelo sin pedir nada, o incluso reflejarte una herida que necesita atención. Cuando abrimos el canal de comunicación desde el alma, surge una relación de escucha mutua, de respeto sagrado. Es ahí donde comienza la verdadera comunicación animal.
0 Comments